Ed Warner

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2024

Ed Warner (1982), con sede en Berlín. El progreso y el desarrollo occidentales, de los que estamos tan orgullosos, nos han traído hasta aquí. Una sociedad donde impera el hiperindividualismo, la pérdida de solidaridad y un egocentrismo exagerado. Hoy el arte circula por todas partes y el mundo está totalmente estetizado. Pero es una estetización que sólo implica la virtualidad de las pantallas. Esto genera hipervisibilidad, un exceso de imágenes. El mundo virtual nos da la ilusión perfecta, pero es una ilusión vacía, no artística. Pretende ser un doble de la realidad, una mera reproducción que nada tiene que ver con la creatividad del arte. En este escenario, nos preguntamos si la ilusión estética y el poder enigmático del arte pueden seguir existiendo. Ed Warner se enfrenta a esta forma contemporánea de vivir el arte. ¿Y cómo lo hace? El humor y la reflexión son las únicas herramientas que siguen siendo poderosas para construir profundidad. La fuerza del pensamiento reside en que no puede cambiarse por nada. El humor permite al artista ser crítico sin caer en la vacuidad del discurso teórico. El artista prefiere alejarse de los medios tradicionales del arte, ya muy podridos, y acercarse al arte a través de la palabra. De este modo, el artista parodia el tipo de texto que encontramos en el mundo virtual o publicitario. Es un texto contundente, que busca la conmoción y la paradoja en pocas palabras. En este sentido, la obra de Warner también pretende reivindicar la relación histórica entre arte y religión. No se trata de la religión como dogma, sino como sacralidad pura. Una sacralidad que siempre ha caracterizado el trabajo artístico, pero que ahora se ha perdido. En nuestra era contemporánea, la religión se ha convertido en una práctica sin sentido, un simulacro del sentimiento original. Como dice el sociólogo Baudrillard, se dice que el arte se ha vuelto iconoclasta, aunque, en realidad, se ha vuelto agnóstico. Ya no cree en su propia sacralidad o finalidad. Ed Warner construye a partir de las ruinas de la tradición occidental, siempre con la vista puesta en el futuro. El artista no pretende ser aquí la figura central. Su ego desaparece y recupera el sentido artístico original.