Cargar la pistola (Yermos) - 2003
57x56cm,
Edición de 5 ejemplares,
C-Print analógico, impreso a mano por el artista en papel Fuji Crystal Archive,
basada en la Polaroid, número de inventario del artista 1234.03,
Sin montar. Etiqueta de firma y certificado.
La realidad con el tequila:
El páramo fértil de Stefanie Schneider
por James Scarborough
"Cuánto más que suficiente
para ti para mí para los dos, cariño".
(E. E. Cummings)
Hasta que la conoció, su destino era suyo. Mezquinos e intrascendentes, pero aún así suyos. Era gallito y libre, joven e inexplicable, de pelo oscuro y rasgos aguileños. Su expresión era siempre pensativa, un poco preocupada, pero no de tipo maníaco. Estaba más aburrido que otra cosa. Con un corazón capaz de la violencia.
Hasta que le conoció, era guapa pero poco apreciada. Su alma no había registrado ninguna actividad sísmica. Cansada del polvo, aún no había visto días mejores. Un cuerpo lánguido, un rostro dulce con ojos que podrían ser amables si así lo desearan.
Hasta que lo conoció, no se había sentido inclinada.
Comenzó cuando la conoció. Su hastío la impactó en un instante. La suma de su encuentro fue mayor que los embrollos y chicanerías de sus respectivas existencias. He quedó impresionado por la mirada de pizarra en blanco de sus ojos. Caminaban, desapegados y centrados en lo inmediato, obscenamente ajenos al cambio pendiente a través de un terreno de desierto montañoso, con los ojos bajos y cansados del mundo, incapaces de dar cuenta del sentimiento boyante en su corazón. Su payasada de tipo duro pasó de la potencialidad a la artimaña. La pistola no era un arma sino un accesorio, una forma de pasar el tiempo. Ninguno de los dos vio las oscuras nubes que se acumulaban en el horizonte.
Se encontraron solos en las extensiones del tiempo, ajenos a la calamidad que se cernía sobre ellos incluso mientras posaban como colegiales para las fotos. La felicidad rebosaba en aquel terreno salvaje. Quizá las cosas empezaban a mejorar.
Fue entonces cuando comenzó el tiroteo...
Stefanie Schneider parte de la base de que nuestra experiencia de la realidad vivida (hacer la compra, tener una relación con alguien, conducir un coche) no se corresponde con la propia naturaleza de la realidad vivida, que lo que consideramos realidad se parece más a un margarita sin tequila.
La realidad de Stefanie Schneider es la realidad con el tequila. No suprime los conceptos que nos orientan, causa y efecto, tiempo, trama y argumento, sólo juega con ellos. También nos invita a jugar con ellos. Nos ofrece una realidad híbrida, más amorfa que la de sujeto, verbo y predicado convencionales. Abierta, esta realidad híbrida no se resuelve por sí misma. Frustra a cualquiera con expectativas pedestres, pero una vez que nos embriagamos de esas expectativas, su obra nos regocija e incluso la resaca es buena. Una exploración de cómo socava nuestras expectativas de lo que suponemos que es nuestra realidad vivida, las razones por las que socava nuestras expectativas y el resultado final, tal como se plantea en este libro, mostrará cómo hace estallar nuestro aparato de percepción y reconoce la fluidez, la densidad y la complejidad de la vida. Su belleza.
Socava las expectativas de nuestra experiencia de la realidad con imágenes extrañas, de otro mundo, y con sorprendentes e inesperadas compresiones y expansiones del tiempo y la secuencia narrativa. El paisaje parece bastante familiar, escenas del Viejo Oeste: amplias vistas panorámicas con colinas onduladas salpicadas de árboles y chaparral, praderas polvorientas con árboles y arbustos y rocas escarpadas, primeros planos de árboles. Pero no son familiares. Estas puestas en escena irradian un inquietante resplandor del Periodo Azul de Picasso o el intenso azul celeste de los cielos de los cafés que Van Gogh pintó en el sur de Francia. Estallidos de estrellas amarillas puntúan las imágenes como si se vieran a través del visor de un platillo volante. Al mismo tiempo, los objetos parecen a la vez antiguos y futuristas, el paisaje de un mundo postapocalíptico.
Los paisajes cambian aparentemente al azar, al igual que las estaciones. Stefanie Schneider no ofrece ninguna indicación de cómo fluye el tiempo aquí, excepto que es concebible que gire sobre sí mismo y luego siga su alegre camino. El tiempo es un río cuya fuente es un profundo manantial turbio que se agita con un remolino ocasional.
Que Stefanie Schneider frustra una lectura fácil es obvio, pero ¿por qué lo hace? Como no tolera nada lineal, lógico o secuencial, y como no le gusta nada concreto y específico, tiene que revolver un poco las cosas. Tampoco parece sentirse cómoda con un libro de imágenes asentado, discreto y responsable. En su lugar, quiere crear una panoplia de momentos angustiosos que se niegan a instalarse en ninguna lectura predeterminada. Pretende reunir los elementos, establecer una cosmología provisional y luego dejar que cada uno de nosotros aporte sus propias experiencias vitales a la empresa. Desentraña la escasez de un universo comprometido por una matriz de o lo uno o lo otro y lo sustituye por una caleidoscópica cornucopia de ni lo uno ni lo otro.