Impresiones de retratos de Armand Nakache

Armand Nakache fue uno de los grandes pintores de la Escuela de París y de la segunda mitad del siglo XX. Armand Nakache fue el principal defensor del Expresionismo en Francia, un ámbito injustamente rechazado por una sociedad más atraída por los encantos de la pintura clásica, el Impresionismo, el Postimpresionismo o incluso los misterios del Cubismo. Duro y suave a la vez, nos regaló sus obras, coqueteando a veces con El Bosco, Breugel, Goya, Daumier y Rouault. Armand Nakache, atormentado por el horror de la guerra y ciertamente irritado por la despreocupación de sus contemporáneos, quiso dejarnos un mensaje a través de su obra, advirtiéndonos contra los errores de nuestra sociedad. Inquietante y entrañable al mismo tiempo, Armand Nakache no sólo fue un testigo de su tiempo, sino también un visionario excepcional y un maestro de lo extraordinario y del color, digno de una vez por todas de la admiración de muchos. En los años cincuenta, los cuadros de este artista eran más caros que los de Bernard Buffet u otros grandes pintores. Este maestro del Expresionismo fantástico, produjo obras tan fuertes o más que Ensor, Kokoschka, Rouault, Soutine o Vlaminck. Dejó de pintar para ir a luchar en la Primera Guerra Mundial, y regresó condecorado como héroe de guerra. Terminó la guerra como teniente. Su vuelta a la pintura fue difícil y tuvo que luchar para llegar a fin de mes con distintos trabajos. Trabajando incansablemente, participó en la creación del Salón Populista, del que llegó a ser Secretario General. En 1947, inauguró la serie de payasos y pintó parejas sin ninguna complacencia, como si la humanidad hubiera nacido bajo el signo de la maldición. El conflicto de 1914-1918 y el de 1939-1945 han dejado sus huellas en Nakache, que pinta como para exorcizar un demonio invisible que llegó a habitar. Extrañamente, la vida palpita tras las máscaras grotescas y espeluznantes, y sentimos que Nakache pintaba sus lienzos con una pasión desmesurada y un feroz deseo de superación.