Richard MacDonald

Libertad, Columna

2012

Hay artistas y hay maestros. Richard MacDonald pasará a la historia de la escultura como Picasso lo hizo con la pintura, como un maestro inequívoco del arte.

Sólo unas pocas personas pueden dominar la artesanía, y muchas menos, el arte de la forma humana. Escultura figurativa es un lenguaje que MacDonald habla con asombrosa fluidez, y como ocurre con cualquier lenguaje, el impulso creativo de MacDonald se forma a partir de la necesidad de compartir el dialecto universal de la figura humana con quienes lo entienden; éste es el privilegio único que el artista concede a sus espectadores.

MacDonald capta la belleza, el romanticismo y la esencia del espíritu humano en movimiento. Influido por la expresividad de las figuras del maestro del Renacimiento Donatello, la intensidad emocional de las obras del escultor francés del siglo XIX Auguste Rodin, y el poder de las esculturas de Miguel Ángel, las inspiradoras y sensibles obras de MacDonald son precisamente del momento, aunque profundamente históricas por referencia. Y danzan rítmicamente para que todos lo vean: en el salto y la gracia del bailarín, la fuerza del atleta, el gesto y la pasión de los amantes, el espíritu se eleva, y MacDonald lo capta.

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